martes, 27 de mayo de 2008

Finales

Estamos a punto de llegar a la mitad del año y como siempre en estas épocas, las finales de fútbol están a la orden del día.

En el ámbito local, ya se definió que los Indios de Ciudad Juárez serán parte de la plantilla de primera división tras vencer al León en la final de ascenso de la primera "A" y la final de primera división está por disputarse. Además, ya hay campeón de clubes en Europa y no falta mucho para que Libertadores llegue a su fin. Obviamente, a finales del mes entrante tendremos al monarca de Europa a nivel selección.

A todos los que disfrutamos del fútbol, nos encanta ver finales. En el papel, es un partido más, pero para los aficionados a este deporte, siempre tratamos de preparar algo especial para verlo: carne asada, cerveza, botanas y buena compañía de amistades futboleras.



Lo curioso de estos partidos donde se define un campeón, es que generalmente son partidos de baja calidad futbolística. Los equipos que las disputan se enfrentan al último paso para lograr lo que les costó un semestre o incluso todo un año de trabajo y no dudan ni un segundo en jugar sin agradar al público, mientras esto sea efectivo.

Sin embargo, a pesar de lo táctico, mal jugado o cerrado que puedan ser las finales, la emoción que da saber que el empate no es una opción, es lo que mantiene a los seguidores pendientes minuto a minuto del encuentro.

En lo personal, las finales me encantan a pesar de saber que es el último partido de la temporada futbolística. El dramatismo que provoca cuando un equipo está perdiendo y se lanza al frente sin miramientos, el no saber si lograrán empatar o el otro equipo logrará defender su ventaja.

A pesar de esa emoción, yo prefiero el nervio a flor de piel que dan los penales. Generalmente, cuando se llega a los penales es porque el segundo tiempo reglamentario fue muy cerrado y los equipos no se comprometieron de más para buscar algún tipo de ventaja y ni que decir de los tiempos extras, que seguramente fue un paseo de media hora para esperar los tiros desde los once pasos. Así sucedió en la última final de la Champions, por poner un ejemplo.



El fútbol en una final es emocionante sea o no bueno, los tiempos extras siempre son una carga donde generalmente no pasa nada, pero me gusta que dure más tiempo el partido, no importa que esté malo y que no quiera que pase nada, los penales si son muy emocionantes, sin embargo, creo que lo que más disfruto de una final, es ver a los jugadores después del partido. Las caras de alegría desbordada y profunda tristeza mezcladas en un solo lugar. El contraste del éxtasis total con la desilusión máxima.

Cuando termina una final, disfruto mucho ver como jugadores que habían tenido calambres durante el partido, hacen un spring de cien metros para celebrar, los jugadores del otro equipo que se derrumban en el campo donde lucharon durante más de dos horas. También me gusta mucho ver a los líderes de los equipos levantar a sus compañeros o el rival que mesura su emoción para consolar al rival. Ese tipo de detalles son los que hacen a este deporte grande y mientras se vea esta pasión por parte de los futbolistas, la gente de fuera seguirá comprando boletos o prendiendo su TV para pasar dos horas de su tiempo libre (o de trabajo) viéndolos patear un balón.



Por primera vez en nueve años, me toca vivir esta emoción potenciada al máximo nivel. Por fin el equipo de mis amores llega a una instancia final. La última vez, en aquel lejano 1999, me quedé absorto, ni un insulto, ni un manotazo, ni siquiera un movimiento, solo silencio ante el gol de oro de Glaría que le daba el campeonato a Pachuca y no a Cruz Azul, como parecía ser.

Ya son poco más de diez años desde que si fue. Aquel invierno de 1997 que recuerdo como si hubiera sido ayer. Once años de edad, pero ya ocho de tener la sangre azul. Esa sangre que corría por la cara de Carlos Hermosillo, la misma sangre de campeones que empapo el escudo celeste. Aquella vez parecía que la fiesta sería verde en León, pero no fue.

Este vez, como en aquel lejano invierno, la fiesta parece verde. Es difícil emocionarse por una final, cuando lo que se quiere es el campeonato. Es complicado ilusionarse cuando parece que el rival te supera línea por línea. Pero la moneda está en el aire y de ninguna manera la máquina celeste es un equipo débil, quizá no sea el más fuerte de los dos, pero no por eso no se puede defender y vencer. La empresa es muy complicada, pero jamás imposible.

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